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Desplazada desde antes de nacer, la historia de Jon Jaira María

Esta mujer fue desplazada del seno de su familia a los dos días de nacida, más bien antes, desde el momento que fue concebida contra la voluntad de su madre. Su historia hoy en El Remanso es otra, está enlazada a quienes han hecho de este pueblito arjonero un nuevo hogar en el que continuar sus vidas con tranquilidad.

Semillero Contadores de Historia

“¡Usted de aquí de la puerta no puede pasar!”

Cuando se habla por primera vez con Jon Jaira María De Aguas Hernández aflora la percepción de una mujer estricta, de pocas pulgas, con la que hay que ir al tiento porque no le va a temblar el pulso para hacer respetar su palabra si advierte que alguien intenta traspasar el límite que ha trazado.

La firmeza de su voz es acolitada por los rasgos endurecidos de su rostro redondo; con el ceño fruncido y sus ojos pequeños y alargados mira directo, sereno y profundo. Su figura es menuda, con un cabello negro que resalta la palidez de su piel, no sobrepasa el 1.60 de estatura y podría estar entre los 60 y los 65 kilos. Sus rasgos indígenas son evidentes.

Ella es la quinta guardia de Omar Terán, el capitán del cabildo indígena Zenú, asentado en la vereda El Remanso, en Arjona, y esa primera frase con la que se dirigió a mí el día que nos conocimos fue la evidencia de su autoridad recia, estaba en su rol de protectora del líder de su comunidad. Lo había ido a conocer para que me contará su historia, pero María llamó mi atención.
Se apostó en la verja rustica de madera que demarca la entrada a la casa de Omar. El verde de las plantas amontonadas en materas de diferentes tamaños y el color de las flores de algunas de ellas le quedaban de fondo, matizando un poco la escena marrón que la rodeaba, a cuenta de las paredes de la vivienda hechas con tronquitos de caña flecha sin pulir y barro endurecido. En un tono más sosegado precisó: “venga el viernes que él la atiende”.

El día acordado llegó, y María se mostraba distinta: sonreía y las palabras le fluían con gestos de confianza, entonces le pregunté por su propia historia, y fue como abrir una cajita de música con una selección de canciones que pasaban de la alegría a la tristeza y de la resignación a la esperanza.

“Me llamo John Jaira María De Aguas Hernández. Jon significa sol, Jaira, Jade; María, elegida; De Aguas, guerrera y Hernández, tierra. Nací de un suceso violento que le ocurrió a mi mamá en 1979. Un grupo armado incursionó de noche al resguardo indígena Zenú, en San Andrés de Sotavento, Córdoba, y violaron a las mujeres que quisieron, entre ellas a mi madre. Ella me cuenta que algunas murieron y otras, como ella, se desplazaron hacia otras tierras. Llegó a San Jacinto, Bolívar, en los Montes de María y ahí una amiga le presentó a la señora que me crío, a la que siempre he llamado mamá; no podía tener hijos y estaba casada con un español que estaba deseoso de tener una familia. Mi madre biológica me vendió por $70.000 y la escritura de una tierra donde levantó su casa y crecieron sus otros hijos. Lo sé porque yo misma leí el documento del trato.

“Viví feliz mi niñez, en un hogar que fue mío hasta los once años cuando me caí de un árbol y me llevaron al hospital, el médico le dijo a mi papá que necesitaba un trasplante de médula y él entró en desesperación porque ni él ni mi mamá eran compatibles conmigo; ahí me enteré de la verdad, me dijeron que era adoptada. Mi papá murió de un infarto que le dio por la angustia de no poder hacer nada por mí y mi mamá se volvió a comprometer con otro señor. Lo poco o mucho que mi papá dejó se esfumó en diferentes circunstancias y a mí me enviaron a un convento en Barranquilla, donde estuve hasta los 13 años; luego deambulé por las calles hasta que a los 15 conocí al papá de mis tres hijos. Nos separamos en el 2000”.

María no llegó a El Remanso en el año de la fundación del pueblo, llegó tiempo después tras conocer a su madre biológica. En el 2015, el deseo de saber sobre su origen y sobre la mujer que la parió la llevó a seguir pistas que la situaron en el barrio El Limonar, en Arjona, donde finalmente pudo entrevistarse por primera vez con ella y escuchar de su propia boca cómo había sido concebida. “La reacción de mi mamá no fue la mejor cuando me presenté ante ella como su hija, en su lengua me dijo muchas cosas dolorosas, pero al final le di las gracias. Comprendí su decisión de alejarse de mí. Es probable que mi presencia la hubiera atormentado todo el tiempo, verme le habría recordado continuamente un hecho que ella quería olvidar a toda costa; pero conocerla me hizo interesarme en la cultura indígena y llegar hasta los Zenúes. En esta comunidad me he descubierto y he encontrado un lugar al que pertenecer”.

A medida que avanzaba en los acontecimientos de su vida, el ritmo de su voz y el brillo de sus ojos se intensificaban, y al final cuando sonrió tuve la sensación de que sintió un alivió como si se hubiese desecho de una colcha de retazos vieja y pesada. Sus ojos se humedecieron en varios momentos, dejando ver a la verdadera mujer detrás de esa primera impresión. María es el rostro de muchas mujeres colombianas atropelladas por los horrores de la violencia, quienes intentan como pueden sobreponerse a las ruinas de su memoria y seguir hacia adelante. Fue desplazada del seno de su familia a dos días de haber nacido, más bien antes, desde el momento que fue concebida contra la voluntad de su madre. Su historia hoy en El Remanso es otra, está enlazada a quienes han hecho de este pueblito arjonero un nuevo hogar en el que continuar sus vidas con tranquilidad. Pero sus palabras reclaman un espacio en el registro histórico que rara vez encuentran lugar en la narración oficial.

“Si estoy aquí es porque tengo un papel que cumplir en la vida y me siento agradecida por ello”, expresa.