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Por estar en el lugar y momento equivocados, Enith Romero y su esposo, Jaime Sarmiento Martínez, fueron amenazados por paramilitares y forzados a huir para salvar su vida.
Semillero Contadores de Historias
María José Marín 19 septiembre, 2025
Han pasado 25 años desde que Enith del Carmen Romero Jiménez llegó con su esposo, Jaime Sarmiento, a la vereda El Remanso, en Arjona, Bolívar. Su hogar guarda recuerdos que la acompañan desde los días en que vivieron en Sevilla, Magdalena, tierra que dejaron atrás huyendo de la violencia. Allí, entre la frescura que le proporcionan los árboles que ha sembrado en su patio, respira la calma que durante años le fue negada. Sin embargo, en su memoria persisten las noches de miedo que vivió en Sevilla a causa de los violentos que imponían sus órdenes a punta de disparos y machetazos.
Estar en el sitio equivocado, a la hora equivocada le significó a esta mujer y a su compañero ser amenazados por los paramilitares. “Vimos algo que no teníamos que ver. Para ese tiempo en la zona asesinaban a diario y la sentencia por ser testigo de algo que a esos hombres les pareciera sospechoso era el desplazamiento. Uno tenía que abandonar el lugar. Pero ya eso se veía venir. En las plataneras donde nosotros trabajamos mataban con frecuencia y ante de que nos dieran el ultimátum ya yo venía diciéndole a Jaime que me quería ir, que no quería estar más ahí, pero él insistía en quedarnos porque ahí vivía su familia y teníamos trabajo”.
El 2 de marzo de 1992 sus temores se confirmaron. La vida de Enith del Carmen dio un giro inesperado. “Nos dieron 24 horas para salir del pueblo. Nos dijeron que, si no nos íbamos, nos mataban. No recogimos ni los chiritos, nos fuimos con la ropita que teníamos puesta. Debíamos cuidar nuestra vida y la de nuestro primer hijo, que ya crecía en mis entrañas”.
Su mirada se extravía un poco mientras recuerda la madrugada en la que huyeron. Aunque no explica concretamente que vio asegura que los violentos la señalaron. “Me levanté por necedad y vi los cuerpos sin vida de mis compañeros de trabajo. Mi esposo fue a buscarme y me encontró atormentada. Los paramilitares, en ese momento nos vieron y nos señalaron de haber visto todo y nos amenazaron. Escapamos sin nada, derrotados y sintiendo que nos habían arrebatado todo”.





El camino hasta Arjona fue largo y amargo. Llegaron sin dinero ni certeza de futuro, allí la madre de Jaime les dio un refugio en su vivienda. Los años siguientes no fueron fáciles. Como a miles de familias desplazadas en este país, les tocó empezar desde cero. Enith y Jaime se dedicaron a trabajos informales para sobrevivir. El tiempo, sin embargo, fue trayendo oportunidades. Les entregaron una pequeña parcela en El Remanso. Comenzaron su nueva vida en un cambuche, un espacio pequeño e improvisado.
En ese pedazo de tierra levantaron su hogar en el que se han esmerado porque reine la paz. Sin embargo, la herida del desplazamiento permanece. Jaime, su esposo, todavía se lamenta por la ausencia de su familia. “Desde que nos marchamos de Sevilla, hace ya más de 30 años, no sabemos nada de ellos”, dice en medio de un suspiro. “Uno no pierde solo el pedacito de casa que teníamos y la tierra, también las raíces”.
Entre la nostalgia, Enith reconoce el valor de lo alcanzado. Mira alrededor, señala con orgullo su casa y afirma: “Yo estoy agradecida porque en este pedacito de rancho nos hemos recuperado, pero sobretodo vivimos tranquilos”.